El bardo ciruja y la bella flor...


Las máscaras de la mentira

POSVERDAD Y MANIPULACIÓN EN EL DISCURSO DE LA CLASE POLÍTICA ACTUAL EN EL PERÚ

"Cuando la verdad se digna venir, su hermana libertad no estará lejos".

Abordar el tema de la verdad en un país donde todo es mentira puede ser pretencioso, pero necesario. “Si me engañas una vez, tuya es la culpa. Si me engañas dos, la culpa es mía”, decía Anaxágoras, y, la verdad, ya no quiero más ser culpable de esta farsa: un país gobernado por mentirosos. Un país en donde construir una mentira toma tan solo algunos segundos, incluso varios años y, sobre todo, los que mienten aprenden a vivir sin ni una gota de sangre en la cara, mejor si las tienen amarilla (preguntémosle sino a Jaime Yoshiyama y sus aportantes muertos), mientras que contar la verdad requiere un ejercicio más complejo y menos mezquino. La mentira pueden tener muchos vestidos, eso lo sabemos, pero a la verdad le gusta ir desnuda. Y a mí me gusta la verdad. Ella siempre va conmigo. Aristóteles decía: “soy amigo de Platón, pero más aún de la verdad”, y nosotros también, de la verdad, por supuesto, aunque de Platón dejamos de serlo hace mucho tiempo; por eso, conocemos de memoria que las personas mienten por tres motivos: para adaptarse a un ambiente hostil, para evitar castigos y para conseguir premios o ganancias sobre los demás. De estos últimos es lo que vamos a tratar en este ensayo, para que no nos vuelvan a engañar ni a nosotros ni a los demás, ¿quiénes?, te preguntarás. Los mismos, los de siempre. Aquellos a quienes Platón, el amigo de Aristóteles, les dio la autoridad para usar la mentira, Mentira Noble lo llamó, y, así, permitir el engaño masivo de los ciudadanos. El poder de mentir fue el medio para asegurar el bien de “el estado” (hasta hoy), que, al fin de cuentas, ese bien sólo era para ellos: los que gobiernan. Será que por eso a todo buen político el acto de mentir le resulta tan natural, la mentira en la boca de estos siempre está a flor de piel, sus discursos siempre están salpicados de oropéndolas y mentira, sino escúchalo a Alan García, decía mi abuelo, ese es capaz de hipnotizar con sus palabras a una serpiente, y sentenciaba, un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias, de ningún modo es una media verdad. La verdad no acepta matices. El pueblo tampoco debe aceptarlo. Por eso analizaremos la verdad política.

La verdad... de las mentiras...

Nietzsche afirmaba que el conocimiento ha sido una invención que responde al interés y a la utilidad, y la verdad, la primera de sus falsificaciones. Y no estaba tan alejado de la “verdad”. Y es que la verdad es hija del poder. Durante muchos años hemos sido engañados por la clase política entornillada en el congreso, gracias a la política de la ignorancia, la manipulación y la miseria que practican con las pobres masas, para que voten una vez más por los mismos, porque los pobres, como proclama la democracia, tienen el poder, es cierto, pero lo tienen sólo el día que van a votar y a elegir(los) como sus habituales representantes; una vez electos, como el perro vuelve a su vómito, los elegidos vuelven a su total indiferencia social y despreocupación por su función principal, sí, en un tris, su promesa y vocación de servicio desaparecen como desaparecen ellos mismos cuando debieran estar en alguna sesión importante para decidir a favor y en bien del pueblo, solo asisten cuando deben realizarse algún “autoservicio” o devolver algún grueso favor con alguna ley amañada, incluso son capaces, sin vergüenza alguna, de tejer, con los hilos del poder que les hemos dado, blindajes, leyes y leguleyadas para el beneficio de los líderes de sus partidos, cuando la discapacitada (por no decir ciega, sorda y muda) justicia del Perú sienta algún arrebato del espíritu de la ley e imparte justicia a través de algún fiscal heroico o de algún juez probo.
En los años 90, tiempo en que se enquistó (¿debería decir institucionalizó?) el cáncer de la corrupción en nuestro país, y de la que ahora tanto lamentamos, el gobierno de turno que, por culpa de esa masa ignorante, ahora vuelve a tener en las manos el poder, aunque ahora el legislativo, nos hizo creer, por interés, por conveniencia, que los estudiantes entendían lo que leían y que, por lo tanto, era necesario realizar cuantiosos gastos de sumas de dinero en la construcción de colegios (elefantes blancos asiáticos) en cada cerro donde había espacio (para así asegurar los votos de las próximas elecciones y de pasada se encofraba la verdad), con el tiempo, como dicen las escrituras: “La verdad siempre sale a la luz”, y estos colegios empezaron a caerse en pedazos, no había dudas, no era castigo divino, la verdad salió a la luz entre esos escombros y eran la corrupción y la impunidad las que los corroyeron hasta el colapso, pero más colapso provocó en nuestros bolsillos (porque la corrupción le cuesta demasiado caro al pueblo) y nuestra autoestima al enterarnos que nuestros estudiantes (hijos, sobrinos, hermanos, entenados), en varias oportunidades, habían salido últimos en el examen PISA de comprensión lectora y nosotros, engañados y mentidos, sin saberlo durante varios años; todos sabemos que todo lo que brilla no es oro, pero en el Perú puede brillar un Nuevo Sol de Oro o un simple dólar gringo multiplicado por mil. El dinero hace mover este mundo, hace bailar al mono y mover la cola al perro, y el poder (los que tiene el poder) imponen su verdad, una verdad para el resto, una verdad que sofoca las otras verdades a través de todos los medios de comunicación para penetrar en la conciencia de los sujetos y sujetar al sujeto, esa es la meta del poder, esa es y fue su estrategia siempre, por años: tomar el cuarto poder. Ellos saben que los medios de comunicación manipulan la información de la realidad y por tanto el conocimiento verdadero de las cosas no se da. Tomarlo es una tentación. Tomarlo es el objetivo del poder. Y eso lo lograron con miles de dólares entregados en bolsas de papel a los dueños de canales y emisoras porque, como dice el dicho, conoce primero los hechos y luego distorsiónalos cuanto quieras, para crear una propia verdad, una mentira maquillada con polvos de verdad, y ya retocada colocarla en los titulares, para que den a conocer la verdad que ellos querían representar, no la realidad: vírgenes que lloran, pishtacos, sacaojos.
La clase política de turno no ha cambiado, ya no son los 90, es cierto, pero casi son los mismos, o tienen las mismas mañas, que es peor todavía, sobre todo los de la mayoría, los de la principal “fuerza” política del país y esos cuatro gatos del partido de la estrella. En estos tiempos donde la verdad se ha hecho trizas y cada uno coge su  verdad y dice tenerla completa, sino recuerden, no más, el dicho: “En este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira”, por interés, por conveniencia, una vez más, los que decían tener la verdad, los que ostentaban en sus manos el poder, pegaron el grito al cielo y condenaron e hicieron creer con sus gritos condenatorios que había apología al terrorismo en las tablas de Sarhua y, como en sus mejores tiempos, en los 90, cuando todo aquel que intentaba reclamar los abusos del poder era anatematizado con el calificativo destructivo de “terrorista”, quisieron quitarle al pueblo el arte y la memoria. No solo eso sino que se ensañaron junto con uno de sus esbirros el, inspector Gadget del congreso, exgeneral Donayre para desprestigiar, cerrar y desaparecer el museo de la “memoria”, que es la única memoria que ya le queda al pueblo: El LUM, cuyo espacio está destinado a dar visibilidad a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado (sobre todo, y eso es lo que no toleran, en los 90). ¿Qué puede hacer un pueblo sin memoria? Solo repetir sus males, solo repetir sus votos, repetir su historia, olvidar que es víctima, peor aún, olvidar a los victimarios.
Peor aún, ¿qué puede hacer un pueblo cuando el poder de turno le quiere cambiar su historia, borrar las verdades amargas, escritas con sangre, con sudor y llanto en las páginas irrecuperables de su historia y colocar sobre ellas medias verdades o mentiras maquilladas?, como aquella cuando la congresista Luz Salgado intentó corregir la historia registrada en los cuaderno de trabajo denominado “Historia, Geografía y Economía” para alumnos de secundaria, sobre todo, donde dice: “…desde los inicios del régimen, Fujimori y su asesor, Vladimiro Montesinos, montaron un sistema de corrupción que les permitió dominar a las instituciones del Estado y utilizar los recursos públicos con fines ilícitos…” Acaso los de arriba buscan borrar la verdad y sobreponer una mentira para seguir engañando a los hijos del pueblo y sean los ignorantes de siempre, los potenciales y manipulables votantes dentro de unos cuantos años. Cuidado. Advertidos estamos...

Las mentiras...de la verdad...


En la cultura griega la verdad se refiere a la realidad y al conocimiento. El término verdad se usa frecuentemente para significar el acuerdo entre una afirmación y los hechos o la realidad a la que dicha afirmación se refiere. La verdad es la correspondencia entre la realidad y el pensamiento. Esa es la gran verdad. Una gran verdad. Una verdad que casi todos aceptamos; sin embargo, en estos tiempos posmodernos esa verdad se ha visto cuestionada, y no ahora, sino desde hace mucho, desde que Protágoras soltó esa bolita que rodó y rodó hasta convertirse en la bandera de la verdad posmoderna, la verdad de estos tiempos: “el hombre es la medida de todas las cosas”, es decir, las cosas son para mí como a ti te parece que son, estas palabritas aplicadas al terreno de la ética infieren que para el sofista, en general, todos los conceptos y valores eran relativos, mejor dicho, con esas palabras negó que existieran valores y verdades universales para todos los hombres. No hay verdades objetivas, absolutas y universales, sino que las cosas son tal y como son percibidas por cada uno de nosotros. Este relativismo, querramos o no, se aplica a todos los ámbitos de nuestra existencia hasta el día de hoy, pero brilla mucho más en la política.
Es cierto, la mentira ya formaba parte de la democracia griega hace 2.500 años. Tucídides y Jenofonte describen en sus historias las argucias de demagogos como Cleón o Alcibíades, quienes utilizaron el engaño para desacreditar a sus rivales, despertar prejuicios y alimentar esperanzas entre los ciudadanos menos instruidos (a veces me recuerdan a Fujimori y su “mejor” momento cuando ensució con el estiércol de su bajeza la imagen de Andrade en sus diarios chichas). En la República de Platón, como dijimos antes, se justifica que la organización de la ciudad-estado ideal debe estar dividida jerárquicamente en tres clases: en la parte inferior, la clase de los trabajadores o debería decir los de siempre, o sea, el pobre pueblo; la posición intermedia la ocupa la clase de los guerreros o, mejor dicho, los obedientes y bien pagados militares; y en la cúspide, la clase de los políticos, perdón, debí decir dirigentes. Estos últimos, según Platón, formados, sobre todo, en la “filosofía (de turno”, debió precisar) para alcanzar el bien absoluto de la nación, pero para eso establece que “cada uno debe hacer lo que le corresponde hacer”, que el zapatero sea sólo zapatero y no a la vez timonel, el labrador sea labrador y no sea a la vez juez, y el guerrero, guerrero, y no comerciante a la vez que guerrero, y, por supuesto, le faltó escribir, que el dirigente sea solo dirigente; pero para conseguir que todos acepten esa posición, especialmente la tercera clase, los militares-dirigentes están autorizados a mentir, confiesa Platón —“sólo a los gobernantes pertenece el poder mentir, a fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos en beneficio del Estado” (por no decir de esos pocos que ahora tiene el Estado en sus manos) y deben inventar un mito fundacional para justificar la división, como el siguiente: “Vosotros, ciudadanos del Estado, sois todos hermanos. Pero la divinidad, cuando os moldeó, puso oro en la mezcla con la que se generaron aquellos capacitados para gobernar, siendo de tal forma del más alto valor; plata en los auxiliares; hierro y bronce en los campesinos y demás artesanos. Y si alguien, a pesar de todo, desafiara el orden establecido los jueces (como largo tiempo lo hacían los de Los cuellos blancos) lo condenarán a “muerte”, a la muerte del desprestigio, de la inacción judicial, del ostracismo político, etc.
Parece que la clase que nos dirige hubiese leído muy bien La República de Platón, se tienen su libreto tan bien aprendido: “Miente, miente, miente que algo queda”.
En el siglo XVI, Maquiavelo y otros humanistas europeos retomaron esta idea y la elevaron al rango de norma general en la praxis política. En oposición a sus predecesores medievales, Maquiavelo se propuso crear una teoría del poder basada “en la verdad factual de las cosas más que en la visión imaginada de estas”. Según Maquiavelo, la misión principal del gobernante no era la de servir como modelo ético a sus súbditos, sino la de “conservarse en el poder” y, así, asegurar la prosperidad del Estado. Para ello –explica en el capítulo XVIII de El Príncipe–, este debía “seguir el ejemplo del zorro (…), saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular”, mintiendo y “rompiendo sus promesas” cuando “semejante observancia vaya en contra de sus intereses”. Estos engaños, explicaba Maquiavelo, no solo eran legítimos en virtud de su practicidad, sino también fáciles de acometer, ya que “los hombres son tan simples y están tan centrados en las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”… (Me recuerda la estrategia del “pan y circo” que al “chino” le resultó por largo tiempo, claro con una Laura Bozo nacida para felpudo, esto me recuerda su fraude electoral, al tío Vladi y su parecido con Fouché)
Por eso hoy la mentira moderna balbucea: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, y con este balbuceo de infante la clase política (¿clase política?) nos hace creer y nos asegura que cada cinco años mostramos al mundo que nosotros los peruanos somos verdaderos demócratas, que elegimos libres de coacciones a uno de sus hijos o sus parientes para que nos dirijan cinco años más y que les cedemos el poder solo por ese tiempo para que puedan distribuir y administrar con equidad nuestras riquezas, para que legislen a favor nuestro e impartan justicia a ricos y pobres sin inclinar la balanza, pero ¿por qué estamos compelidos a votar por uno de ellos? (¡los mismos de siempre!), ¿somos realmente libres para elegir a nuestros representantes?, ¿por qué debo votar so pena de multa si tengo dudas o sospechas? ¡Por qué! Debates de un minuto, televisoras y diarios comprados, encuestadoras parcializadas, campañas financiadas con dinero mal habido, pactos violados, argumentos ad hominen, ¡Digan la verdad! Solo necesitan al pobre por sus votos, luego “adiós”, “good bye”, a llenarse los bolsillos y sacar lo invertido y guardar pan para mayo. Todo es una mentira: sus promesas, sus discursos, sus sonrisas, sus abrazos, sus proyectos…
Cuando la verdad no tiene valor, nada tiene valor. La aceptación de la mentira en política implica un grado de corrosión moral que repercute sobre todo lo demás. Es el cultivo en el que germinan todo tipo de corrupciones, de la más pequeña a la más grande. En todas ellas hay mentira y engaño. Y este comportamiento solo se puede sostener en el tiempo si se hace un ejercicio cínico de la política: yo sé que tú sabes que te estoy engañando, pero confío en que me seguirás votando porque eres de los nuestros.
El pueblo ha cargado todos estos años las pesadas y tremendas mochilas de sus decisiones, mejor, la de su ignorancia y la manipulación para ser sujeto sujetado al poder de unos pocos. Hoy nos damos de cara con la triste y dura verdad: la clase política ha prostituido la democracia. Los políticos lo hacen gobernando mal y sin respetar las reglas de ese sistema; los jueces, siendo arbitrarios y sometiéndose a los poderosos; los periodistas, sirviendo como escuderos del poder, propagando falsedades e incumpliendo su deber, vital en democracia, de fiscalizar con la verdad a los poderosos. La política en el Perú está enferma y ha contagiado su mal a todas las esferas del poder, y desde hace tiempo. Nadie, ningún gobernante, ha querido tratarla, la mayoría se ha limpiado las manos o, mejor, se las han ensuciado con el color y el hedor que deja el dinero de la corrupción. Los 80, los 90 y todos las demás décadas han sido los tiempos en donde la moral y la ética fueron socavadas y los valores, que son el bastión de una nación, se hicieron trizas, hasta el punto de afirmar que en este país los hombres honestos, íntegros y honrados están en extinción. 

La posverdad…y la manipulación en los discursos políticos

La actual situación de la realidad política en el país escarapela la piel de cualquier ciudadano que tenga dos dedos de frente: los escándalos de corrupción, compra y venta de votos y de opositores, choque entre órganos del Estado, desprestigio de la “clase política”, oscuro financiamiento de campañas electorales, crisis institucional y la incapacidad de gobernantes para armonizar un entendimiento mínimo para encontrar una salida, fueron el coctel que acabó con la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski, conocido con el acrónimo de PPK y ahora la caída de la lideresa del partido político Fuerza Popular que, gracias a una masa ignorante y manipulable, obtuvo mayor escaños en el congreso. Un congreso tomado por un partido político que se ufana de ser la primera fuerza democrática y que el pueblo le ha dado la autoridad y el poder para que en el nombre de él haga y deshaga lo que venga en gana: desde vacar a PPK hasta blindar a los que les conviene y a los suyos como es el caso del congresista Becerril, Mamani, Hinostroza y Chávarry.... Un partido cuya lideresa ha demostrado su arraigo laboral que consiste en digitar vía chat cada acción al detalle que sus partidarios deben realizar sin decir ni chis ni mus, y, además, que jura y rejura, cada vez que los medios le dan cámaras y micros, es una perseguida política por el gobierno que, olvida por supuesto, en plena gesta electoral vaticinó, o deberíamos decir amenazó, que los de PPK no iban a gobernar sino la primera Fuerza democrática desde los escaños enlodados con las botas del autoritarismo fujimorista del congreso.
Todo esto es la prueba de que nuestros políticos, los que nos dirigen, a quienes les hemos confiado y encargado el poder, se dejaron sobornar por la constructora brasileña Odebrechet, y se revolcaron como puercos en los charcos de la corrupción y prostituyeron la democracia a su antojo y al mejor postor. Sí, nadie se libró de la trama de la telaraña de Odebrecht. Todos han recibido millones de dólares: PPK, su antecesor el expresidente Ollanta Humala enfrenta un juicio junto con su esposa; el expresidente Alejandro Toledo enfrenta un pedido de extradición desde Estados Unidos; y el expresidente Alan García está acusado al igual que  Keiko de recibir fondos para sus campañas políticas, el primero cobardemente en busca de asilo en la embajada de Uruguay, y, la segunda, ya en la cárcel con prisión preventiva. Pero todos mienten. Dicen su verdad. Una verdad mentirosa. Una mentira verdadera. Una verdad posmoderna. Una simple e inofensiva posverdad. Pero lo que no saben es que el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.
En los discursos de los líderes políticos se siente este tufo a posverdad. ¿Qué es la posverdad? La Posverdad es la mentira emotiva.  Un neologismo​ que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.
Cuando Keiko Fujimori se presentó ante los medios de comunicación para hacer un llamado al diálogo con todas las fuerzas políticas y anunciar cambios dentro de Fuerza Popular a pocas horas de conocer el futuro de su libertad casi le creímos, pero cuando dijo: “No pierdo la esperanza que mi derecho fundamental a un debido proceso, a la presunción de inocencia, a un juicio justo sea respetado para poder impulsar personalmente este proceso”, nos dimos cuenta a tiempo que era más de lo mismo y que ella, como los otros, confirmaba una vez más, que estos, la verdad la entendían como utilidad.
Cuando Carlos Tubino, vocero de su partido Fuerza Popular, consideró que la orden de prisión preventiva contra Keiko Fujimori era “un caso de persecución política” y un “show mediático”, casi le damos la razón, pero cuando afirmó ante cámaras: “Hoy fue Keiko Fujimori, mañana puede ser cualquiera de nosotros, cualquiera de nuestros hijos, porque lo que se ha hecho hoy día no está permitido en la Constitución Política del Perú”, nos dimos cuenta que este Bismarck del fujimorismo exageraba y buscaba, como siempre, la manipulación de las conciencias de las masas.
Cuando Keiko Fujimori desde la prisión decía: "Quieren dejar a mis hijas sin mamá y sin papá… no conformes con haberme enviado a prisión atropellando mi derecho fundamental a un debido proceso, el fiscal Pérez y el juez Carhuancho ahora se preparan para hacer lo mismo con mi esposo Mark. Quieren dejar a mis hijas sin mamá y sin papá", escribió desde su cárcel de cobre Keiko Fujimori. Recurría al sentimentalismo, a la emotividad del receptor, y ese recurso es parte de la verdad posmoderna. 
Cuando Miguel Torres sostuvo: "Keiko Fujimori ha sacrificado su vida por todos los peruanos", en una conferencia de prensa en el Congreso de la República exageraba y creía que la figura de Keiko se prestaba para endiosarla hasta el punto de casi llamarla “vaca sagrada” del sacrificio; sin embargo, esta no fue la única frase de Torres que llamó la atención, sino la que dijo:"Keiko Fujimori es la primera presa política en el Perú. Keiko nos ha demostrado, por Keiko nos ha demostrado, por años, su colaboración con la justicia, con la búsqueda de la verdad, pero hoy se emitió una resolución vergonzosa en la que atropellaron sus derechos”, ¿primera presa política?, la figura del perseguido político estuvo durante varias semanas en cada discurso, seguro con la intención de que de tanto repetirlo la gente, los manipulables, internalizarían la idea, el concepto de que sí era una perseguida política y, por lo tanto, debería escapar, pero antes que escape fue llevada a la cárcel por prevención.
Cuando el empresario Mark Vito Vilanella, esposo de Keiko Fujimori, hizo uso de la palabra ante el juez Richard Concepción Carhuancho, dijo: “Basta, por favor, basta ya. Este ajusticiamiento tiene que terminar. Esto para mi es una persecución perversa. Si mi delito es de ser esposo de Keiko, condénenme a la muerte. Pero si mi delito es ser lavador de activos, les digo que esto es falso. Yo no soy lavador, soy solo un gringo que trajo su capital para invertir en Perú. No soy un lavador, soy solo un empresario que tuvo un poco de éxito. No soy un lavador, solo soy el esposo de Keiko y le amo con todo mi corazón… Si mi delito es ser esposo de Keiko Fujimori, condénenme a la muerte, pero si mi delito es lavado de activos, les digo y ustedes lo saben, esto es falso. Yo no soy lavador, soy solo un gringo que trajo su capital para invertir en Perú. Soy solo un empresario que tuvo un poco de éxito”, otra vez el sonsonete emotivo, el patetismo, el ridículo, la pena, la lástima, un discurso sin argumentos de defensa solo con falacias y lagrimillas emotivas con nada de razón.

En cada uno de los discursos citados observamos cómo la emotividad como estrategia y la mentira repetida hasta el hartazgo casi cumplen el papel de la manipulación en el receptor, tocado en la fibra más sensible del escucha, éste podría ser capaz de aceptar la mentira como verdad, aunque la verdad sea medias o la mentira tenga apariencia de verdad, aunque a veces algunos se oyen misericordia, a sentimiento o emotividad, dejan de ser verdad, porque distorsionan la realidad, y solo es apariencia, máscaras de la mentira, rostros de una verdad. Y
la verdad, sino es entera, se convierte en aliada de lo falso.


Comentarios

Entradas populares