El bardo ciruja y la bella flor...
Las mentiras...de la verdad...
La posverdad…y la manipulación en
los discursos políticos
En cada uno de los discursos citados observamos cómo la emotividad como estrategia y la mentira repetida hasta el hartazgo casi cumplen el papel de la manipulación en el receptor, tocado en la fibra más sensible del escucha, éste podría ser capaz de aceptar la mentira como verdad, aunque la verdad sea medias o la mentira tenga apariencia de verdad, aunque a veces algunos se oyen misericordia, a sentimiento o emotividad, dejan de ser verdad, porque distorsionan la realidad, y solo es apariencia, máscaras de la mentira, rostros de una verdad. Y la verdad, sino es entera, se convierte en aliada de lo falso.
Las máscaras de la
mentira
POSVERDAD Y MANIPULACIÓN EN EL DISCURSO DE LA CLASE POLÍTICA ACTUAL EN EL PERÚ
"Cuando la verdad se digna venir, su hermana libertad no estará lejos".
Abordar
el tema de la verdad en un país donde todo es mentira puede ser pretencioso, pero
necesario. “Si me engañas una vez, tuya
es la culpa. Si me engañas dos, la culpa es mía”, decía Anaxágoras, y, la verdad, ya no quiero más ser culpable de esta farsa: un
país gobernado por mentirosos. Un país en donde construir
una mentira toma tan solo algunos segundos, incluso varios años y, sobre todo, los
que mienten aprenden a vivir sin ni una gota de sangre en la cara, mejor si las
tienen amarilla (preguntémosle sino a
Jaime Yoshiyama y sus aportantes muertos), mientras que contar la verdad requiere
un ejercicio más complejo y menos mezquino. La mentira
pueden tener muchos vestidos, eso lo sabemos, pero a la verdad le gusta ir desnuda.
Y a mí me gusta la verdad. Ella siempre va conmigo. Aristóteles decía: “soy amigo de Platón, pero más aún de la verdad”, y nosotros
también, de la verdad, por supuesto, aunque de Platón dejamos de serlo hace
mucho tiempo; por eso, conocemos de memoria que las personas mienten por
tres motivos: para adaptarse a
un ambiente hostil, para evitar castigos y para conseguir premios o ganancias
sobre los demás. De estos últimos es lo que vamos a tratar en este ensayo,
para que no nos vuelvan a engañar ni a nosotros ni a los demás, ¿quiénes?,
te preguntarás. Los mismos, los de siempre. Aquellos a quienes Platón, el amigo
de Aristóteles, les dio la autoridad para usar la mentira, Mentira Noble lo
llamó, y, así, permitir el engaño masivo de los ciudadanos. El poder de mentir fue
el medio para asegurar el bien de “el estado” (hasta hoy), que, al fin de cuentas, ese bien sólo era para ellos:
los que gobiernan. Será que por eso a todo buen político el acto de mentir le
resulta tan natural, la mentira en la boca de estos siempre está a flor de piel,
sus discursos siempre están salpicados de oropéndolas y mentira, sino escúchalo
a Alan García, decía mi abuelo, ese es capaz de hipnotizar con sus palabras a
una serpiente, y sentenciaba, un
vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias,
de ningún modo es una media verdad. La verdad no acepta matices. El pueblo
tampoco debe aceptarlo. Por eso analizaremos
la verdad política.
La verdad... de las mentiras...
Nietzsche
afirmaba que el conocimiento ha sido una invención que responde al interés y a
la utilidad, y la verdad, la primera de sus falsificaciones. Y no estaba tan
alejado de la “verdad”. Y es que la
verdad es hija del poder. Durante muchos años hemos sido engañados por la clase
política entornillada en el congreso, gracias a la política de la ignorancia,
la manipulación y la miseria que practican con las pobres masas, para que voten
una vez más por los mismos, porque los pobres, como proclama la democracia,
tienen el poder, es cierto, pero lo tienen sólo el día que van a votar y a elegir(los) como sus habituales representantes;
una vez electos, como el perro vuelve a su vómito, los elegidos vuelven a su total
indiferencia social y despreocupación por su función principal, sí, en un tris,
su promesa y vocación de servicio desaparecen como desaparecen ellos mismos cuando
debieran estar en alguna sesión importante para decidir a favor y en bien del
pueblo, solo asisten cuando deben realizarse algún “autoservicio” o devolver
algún grueso favor con alguna ley amañada, incluso son capaces, sin vergüenza
alguna, de tejer, con los hilos del poder que les hemos dado, blindajes, leyes
y leguleyadas para el beneficio de los líderes de sus partidos, cuando la
discapacitada (por no decir ciega, sorda
y muda) justicia del Perú sienta algún arrebato del espíritu de la ley e
imparte justicia a través de algún fiscal heroico o de algún juez probo.
En los
años 90, tiempo en que se enquistó (¿debería
decir institucionalizó?) el cáncer de la corrupción en nuestro país, y de
la que ahora tanto lamentamos, el gobierno de turno que, por culpa de esa masa
ignorante, ahora vuelve a tener en las manos el poder, aunque ahora el
legislativo, nos hizo creer, por interés, por conveniencia, que los estudiantes
entendían lo que leían y que, por lo tanto, era necesario realizar cuantiosos gastos
de sumas de dinero en la construcción de colegios (elefantes blancos asiáticos) en cada cerro donde había espacio (para así
asegurar los votos de las próximas elecciones y de pasada se encofraba la
verdad), con el tiempo, como dicen las escrituras: “La verdad siempre sale
a la luz”, y estos colegios empezaron a caerse en pedazos, no había dudas, no
era castigo divino, la verdad salió a la luz entre esos escombros y eran la
corrupción y la impunidad las que los corroyeron hasta el colapso, pero más
colapso provocó en nuestros bolsillos (porque
la corrupción le cuesta demasiado caro al pueblo) y nuestra autoestima al enterarnos
que nuestros estudiantes (hijos,
sobrinos, hermanos, entenados), en varias oportunidades, habían salido
últimos en el examen PISA de comprensión lectora y nosotros, engañados y
mentidos, sin saberlo durante varios años; todos sabemos que todo lo que brilla
no es oro, pero en el Perú puede brillar un Nuevo Sol de Oro o un simple dólar
gringo multiplicado por mil. El dinero hace
mover este mundo, hace bailar al mono y mover la cola al perro, y el poder (los que tiene el poder) imponen su
verdad, una verdad para el resto, una verdad que sofoca las otras verdades a
través de todos los medios de comunicación para penetrar en la conciencia de
los sujetos y sujetar al sujeto, esa es la meta del poder, esa es y fue su estrategia
siempre, por años: tomar el cuarto poder. Ellos saben que los medios de comunicación
manipulan la información de la realidad y por tanto el conocimiento verdadero
de las cosas no se da. Tomarlo
es una tentación. Tomarlo es el objetivo del poder. Y eso lo lograron con miles
de dólares entregados en bolsas de papel a los dueños de canales y emisoras porque,
como dice el dicho, conoce primero los hechos y luego distorsiónalos
cuanto quieras, para crear una propia verdad, una mentira maquillada con polvos de
verdad, y ya retocada colocarla en los titulares, para que den a conocer la
verdad que ellos querían representar, no la realidad: vírgenes que lloran,
pishtacos, sacaojos.
La clase política de turno
no ha cambiado, ya no son los 90, es cierto, pero casi son los mismos, o tienen
las mismas mañas, que es peor todavía, sobre todo los de la mayoría, los de la
principal “fuerza” política del país y esos cuatro gatos del partido de la
estrella. En estos tiempos donde la verdad se ha hecho trizas y cada uno coge
su verdad y dice tenerla completa, sino
recuerden, no más, el dicho: “En este
mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se
mira”, por interés, por
conveniencia, una vez más, los que decían tener la verdad, los que ostentaban
en sus manos el poder, pegaron el grito al cielo y condenaron e hicieron creer con
sus gritos condenatorios que había apología al terrorismo en las tablas de
Sarhua y, como en sus mejores tiempos, en los 90, cuando todo aquel que
intentaba reclamar los abusos del poder era anatematizado con el calificativo
destructivo de “terrorista”, quisieron quitarle al pueblo el arte y la memoria.
No solo eso sino que se ensañaron junto con uno de sus esbirros el, inspector
Gadget del congreso, exgeneral Donayre para desprestigiar, cerrar y desaparecer el
museo de la “memoria”, que es la única memoria que ya le queda al pueblo: El
LUM, cuyo espacio está destinado a dar
visibilidad a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado (sobre todo, y eso es lo que no toleran, en
los 90). ¿Qué puede hacer un pueblo sin memoria? Solo repetir sus males, solo
repetir sus votos, repetir su historia, olvidar que es víctima, peor aún,
olvidar a los victimarios.
Peor aún, ¿qué puede hacer un pueblo cuando el poder de turno
le quiere cambiar su historia, borrar las verdades amargas, escritas con
sangre, con sudor y llanto en las páginas irrecuperables de su historia y
colocar sobre ellas medias verdades o mentiras maquilladas?, como aquella
cuando la congresista Luz Salgado intentó corregir la historia registrada en los cuaderno
de trabajo denominado “Historia, Geografía y Economía” para alumnos de
secundaria, sobre todo, donde dice: “…desde los inicios del régimen, Fujimori y
su asesor, Vladimiro Montesinos, montaron un sistema de corrupción que les
permitió dominar a las instituciones del Estado y utilizar los recursos
públicos con fines ilícitos…” Acaso los de arriba buscan borrar la verdad y sobreponer una mentira
para seguir engañando a los hijos del pueblo y sean los ignorantes de siempre,
los potenciales y manipulables votantes dentro de unos cuantos años. Cuidado. Advertidos estamos...
Las mentiras...de la verdad...
En la cultura griega la verdad se refiere a la realidad y al conocimiento. El
término verdad se usa
frecuentemente para significar el acuerdo entre una afirmación y los hechos o
la realidad a la que dicha afirmación se refiere. La verdad es la correspondencia entre la realidad y el pensamiento.
Esa es la gran verdad. Una gran verdad. Una verdad que casi todos aceptamos;
sin embargo, en estos tiempos posmodernos esa verdad se ha visto cuestionada, y
no ahora, sino desde hace mucho, desde que Protágoras soltó esa bolita que rodó y rodó hasta convertirse en la
bandera de la verdad posmoderna, la verdad de estos tiempos: “el hombre es la
medida de todas las cosas”, es decir, las cosas son para mí como a ti te parece
que son, estas palabritas aplicadas al terreno de la ética infieren que para el
sofista, en general, todos los conceptos y valores eran relativos, mejor dicho,
con esas palabras negó que existieran valores y verdades universales para todos
los hombres. No hay verdades objetivas, absolutas y universales, sino que las
cosas son tal y como son percibidas por cada uno de nosotros. Este relativismo,
querramos o no, se aplica a todos los ámbitos de nuestra existencia hasta el
día de hoy, pero brilla mucho más en la política.
Es cierto, la mentira ya formaba parte de la
democracia griega hace 2.500 años. Tucídides y Jenofonte describen en sus
historias las argucias de demagogos como Cleón o Alcibíades, quienes utilizaron
el engaño para desacreditar a sus rivales, despertar prejuicios y alimentar
esperanzas entre los ciudadanos menos instruidos (a veces me recuerdan a Fujimori y su “mejor” momento cuando ensució con
el estiércol de su bajeza la imagen de Andrade en sus diarios chichas). En la República de
Platón, como dijimos antes, se justifica que la organización de la
ciudad-estado ideal debe estar dividida jerárquicamente en tres clases: en la
parte inferior, la clase de los trabajadores o debería decir los de siempre, o
sea, el pobre pueblo; la posición intermedia la ocupa la clase de los guerreros
o, mejor dicho, los obedientes y bien pagados militares; y en la cúspide, la
clase de los políticos, perdón, debí decir dirigentes. Estos últimos, según
Platón, formados, sobre todo, en la “filosofía (de turno”, debió precisar) para alcanzar el bien absoluto de la
nación, pero para eso establece que “cada uno debe hacer lo que le corresponde
hacer”, que el zapatero sea sólo zapatero y no a la vez timonel, el labrador
sea labrador y no sea a la vez juez, y el guerrero, guerrero, y no comerciante
a la vez que guerrero, y, por
supuesto, le faltó escribir, que el
dirigente sea solo dirigente; pero para conseguir que todos acepten esa
posición, especialmente la tercera clase, los militares-dirigentes están
autorizados a mentir, confiesa Platón —“sólo a los gobernantes pertenece el
poder mentir, a fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos en beneficio del
Estado” (por no decir de esos pocos que
ahora tiene el Estado en sus manos) y deben inventar un mito fundacional
para justificar la división, como el siguiente: “Vosotros, ciudadanos del
Estado, sois todos hermanos. Pero la divinidad, cuando os moldeó, puso oro en
la mezcla con la que se generaron aquellos capacitados para gobernar, siendo de
tal forma del más alto valor; plata en los auxiliares; hierro y bronce en los
campesinos y demás artesanos. Y si alguien, a pesar de todo, desafiara el orden
establecido los jueces (como largo tiempo
lo hacían los de Los cuellos blancos)
lo condenarán a “muerte”, a la muerte del desprestigio, de la inacción
judicial, del ostracismo político, etc.
Parece que la clase que nos dirige hubiese
leído muy bien La República de Platón, se tienen su libreto tan bien aprendido:
“Miente, miente, miente que algo queda”.
En el siglo XVI, Maquiavelo y otros
humanistas europeos retomaron esta idea y la elevaron al rango de norma general
en la praxis política. En oposición a sus predecesores medievales, Maquiavelo
se propuso crear una teoría del poder basada “en la verdad factual de las cosas
más que en la visión imaginada de estas”. Según Maquiavelo, la misión principal
del gobernante no era la de servir como modelo ético a sus súbditos, sino la de
“conservarse en el poder” y, así, asegurar la prosperidad del Estado. Para ello
–explica en el capítulo XVIII de El Príncipe–, este
debía “seguir el ejemplo del zorro (…), saber disfrazarse bien y ser hábil en
fingir y en disimular”, mintiendo y “rompiendo sus promesas” cuando “semejante
observancia vaya en contra de sus intereses”. Estos engaños, explicaba
Maquiavelo, no solo eran legítimos en virtud de su practicidad, sino también
fáciles de acometer, ya que “los hombres son tan simples y están tan centrados
en las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien
se deje engañar”… (Me recuerda la
estrategia del “pan y circo” que al “chino” le resultó por largo tiempo, claro
con una Laura Bozo nacida para felpudo, esto me recuerda su fraude electoral, al
tío Vladi y su parecido con Fouché)
Por eso hoy la mentira moderna balbucea:
“La democracia es el
gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, y con este balbuceo de infante la clase política (¿clase política?) nos hace creer y nos
asegura que cada cinco años mostramos al mundo que nosotros los peruanos somos
verdaderos demócratas, que elegimos libres de coacciones a uno de sus hijos o
sus parientes para que nos dirijan cinco años más y que les cedemos el poder solo
por ese tiempo para que puedan distribuir y administrar con equidad nuestras
riquezas, para que legislen a favor nuestro e impartan justicia a ricos y
pobres sin inclinar la balanza, pero ¿por qué estamos compelidos a votar por
uno de ellos? (¡los mismos de siempre!),
¿somos realmente libres para elegir a nuestros representantes?, ¿por qué debo
votar so pena de multa si tengo dudas o sospechas? ¡Por qué! Debates de un
minuto, televisoras y diarios comprados, encuestadoras parcializadas, campañas
financiadas con dinero mal habido, pactos violados, argumentos ad hominen,
¡Digan la verdad! Solo necesitan al pobre por sus votos, luego “adiós”, “good
bye”, a llenarse los bolsillos y sacar lo invertido y guardar pan para mayo.
Todo es una mentira: sus promesas, sus discursos, sus sonrisas, sus abrazos,
sus proyectos…
Cuando la verdad no tiene
valor, nada tiene valor. La aceptación de la mentira en política implica un
grado de corrosión moral que repercute sobre todo lo demás. Es el cultivo en el
que germinan todo tipo de corrupciones, de la más pequeña a la más grande. En
todas ellas hay mentira y engaño. Y este comportamiento solo se puede sostener
en el tiempo si se hace un ejercicio cínico de la política: yo sé que tú sabes
que te estoy engañando, pero confío en que me seguirás votando porque eres de
los nuestros.
El pueblo ha cargado todos estos años las pesadas y tremendas mochilas
de sus decisiones, mejor, la de su ignorancia y la manipulación para ser sujeto
sujetado al poder de unos pocos. Hoy nos damos de cara con la triste y dura verdad:
la clase política ha prostituido la democracia. Los políticos lo hacen gobernando mal y sin respetar las
reglas de ese sistema; los jueces, siendo arbitrarios y sometiéndose a los
poderosos; los periodistas, sirviendo como escuderos del poder, propagando
falsedades e incumpliendo su deber, vital en democracia, de fiscalizar con la
verdad a los poderosos. La política en el Perú está
enferma y ha contagiado su mal a todas las esferas del poder, y desde hace
tiempo. Nadie, ningún gobernante, ha querido tratarla, la mayoría se ha
limpiado las manos o, mejor, se las han ensuciado con el color y el hedor que
deja el dinero de la corrupción. Los 80, los 90 y todos las demás décadas han
sido los tiempos en donde la moral y la ética fueron socavadas y los valores,
que son el bastión de una nación, se hicieron trizas, hasta el punto de afirmar
que en este país los hombres honestos, íntegros y honrados están en extinción.
La posverdad…y la manipulación en
los discursos políticos
La actual situación de la realidad política en el país escarapela la
piel de cualquier ciudadano que tenga dos dedos de frente: los escándalos de corrupción, compra y
venta de votos y de opositores, choque entre órganos del Estado, desprestigio
de la “clase política”, oscuro financiamiento de campañas electorales, crisis
institucional y la incapacidad de gobernantes para armonizar un entendimiento
mínimo para encontrar una salida, fueron el coctel que acabó con la presidencia
de Pedro Pablo Kuczynski, conocido con el acrónimo de PPK y ahora la caída de
la lideresa del partido político Fuerza Popular que, gracias a una masa
ignorante y manipulable, obtuvo mayor escaños en el congreso. Un
congreso tomado por un partido político que se ufana de ser la primera fuerza
democrática y que el pueblo le ha dado la autoridad y el poder para que en el
nombre de él haga y deshaga lo que venga en gana: desde vacar a PPK hasta
blindar a los que les conviene y a los suyos como es el caso del congresista
Becerril, Mamani, Hinostroza y Chávarry.... Un partido cuya lideresa ha
demostrado su arraigo laboral que consiste en digitar vía chat cada acción al
detalle que sus partidarios deben realizar sin decir ni chis ni mus, y, además,
que jura y rejura, cada vez que los medios le dan cámaras y micros, es una
perseguida política por el gobierno que, olvida por supuesto, en plena gesta
electoral vaticinó, o deberíamos decir amenazó, que los de PPK no iban a
gobernar sino la primera Fuerza democrática desde los escaños enlodados con las
botas del autoritarismo fujimorista del congreso.
Todo esto es la prueba de que nuestros políticos,
los que nos dirigen, a quienes les hemos confiado y encargado el poder, se
dejaron sobornar por la constructora brasileña Odebrechet, y se revolcaron como
puercos en los charcos de la corrupción y prostituyeron la democracia a su
antojo y al mejor postor. Sí, nadie
se libró de la trama de la telaraña de Odebrecht. Todos han recibido millones de
dólares: PPK, su antecesor el expresidente Ollanta Humala enfrenta un juicio
junto con su esposa; el expresidente Alejandro Toledo enfrenta un pedido de
extradición desde Estados Unidos; y el expresidente Alan García está acusado al
igual que Keiko de recibir fondos para
sus campañas políticas, el primero cobardemente en busca de asilo en la
embajada de Uruguay, y, la segunda, ya en la cárcel con prisión preventiva.
Pero todos mienten. Dicen su verdad. Una verdad mentirosa. Una mentira
verdadera. Una verdad posmoderna. Una simple e inofensiva posverdad. Pero lo que
no saben es que el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido,
porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta
primera.
En los discursos de los líderes políticos se siente
este tufo a posverdad. ¿Qué es la posverdad? La Posverdad es la mentira emotiva. Un neologismo que describe la
distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e
influir en las actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos
influencia que las apelaciones a las
emociones y a las creencias personales.
Decía el viejo político alemán Otto Bismarck: “Nunca se miente más que después de una cacería,
durante una guerra y antes de las elecciones” (o cuando estás a punto de ir a la cárcel por culpa de tu ambición,
debemos agregarle).
Cuando Keiko Fujimori se
presentó ante los medios de comunicación para hacer un llamado al diálogo con
todas las fuerzas políticas y anunciar cambios dentro de Fuerza Popular a pocas horas de
conocer el futuro de su libertad casi le creímos, pero cuando dijo: “No pierdo
la esperanza que mi derecho fundamental a un debido proceso, a la presunción de
inocencia, a un juicio justo sea respetado para poder impulsar
personalmente este proceso”, nos dimos cuenta a tiempo que era más de lo mismo
y que ella, como los otros, confirmaba una vez más, que estos, la verdad la
entendían como utilidad.
Cuando Carlos Tubino,
vocero de su partido Fuerza Popular, consideró que la orden de prisión preventiva contra Keiko Fujimori era
“un caso de persecución política” y un “show mediático”, casi le damos la
razón, pero cuando afirmó ante cámaras: “Hoy fue Keiko Fujimori, mañana puede ser
cualquiera de nosotros, cualquiera de nuestros hijos, porque lo que se
ha hecho hoy día no está permitido en la Constitución Política del Perú”, nos dimos cuenta
que este Bismarck del fujimorismo exageraba y buscaba, como siempre, la
manipulación de las conciencias de las masas.
Cuando Keiko
Fujimori desde la prisión decía: "Quieren dejar a mis hijas sin mamá y sin
papá… no conformes con haberme enviado a prisión
atropellando mi derecho fundamental a un debido proceso, el fiscal Pérez y el
juez Carhuancho ahora se preparan para hacer lo mismo con mi esposo Mark.
Quieren dejar a mis hijas sin mamá y sin papá", escribió desde su
cárcel de cobre Keiko Fujimori. Recurría al
sentimentalismo, a la emotividad del receptor, y ese recurso es parte de la
verdad posmoderna.
Cuando Miguel Torres sostuvo: "Keiko Fujimori ha
sacrificado su vida por todos los peruanos", en una conferencia de prensa en el Congreso de la República exageraba y creía que
la figura de Keiko se prestaba para endiosarla hasta el punto de casi llamarla
“vaca sagrada” del sacrificio; sin embargo, esta no fue la única frase de Torres que llamó la
atención, sino la que dijo:"Keiko Fujimori es la primera presa
política en el Perú. Keiko nos ha demostrado, por Keiko nos ha demostrado, por
años, su colaboración con la justicia, con la búsqueda de la verdad, pero hoy
se emitió una resolución vergonzosa en la que atropellaron sus derechos”,
¿primera presa política?, la figura del perseguido político estuvo durante
varias semanas en cada discurso, seguro con la intención de que de tanto
repetirlo la gente, los manipulables, internalizarían la idea, el concepto de
que sí era una perseguida política y, por lo tanto, debería escapar, pero antes
que escape fue llevada a la cárcel por prevención.
Cuando el empresario Mark Vito
Vilanella, esposo de Keiko
Fujimori, hizo uso de la palabra ante el juez Richard
Concepción Carhuancho, dijo: “Basta, por favor, basta ya. Este ajusticiamiento
tiene que terminar. Esto para mi es una persecución perversa. Si mi delito es
de ser esposo de Keiko, condénenme a la muerte. Pero si mi delito es ser
lavador de activos, les digo que esto es falso. Yo no soy lavador, soy solo un
gringo que trajo su capital para invertir en Perú. No soy un lavador, soy solo
un empresario que tuvo un poco de éxito. No soy un lavador, solo soy el esposo
de Keiko y le amo con todo mi corazón… Si mi delito es ser esposo de Keiko Fujimori, condénenme a la muerte, pero si mi delito es
lavado de activos, les digo y ustedes lo saben, esto es falso. Yo no soy
lavador, soy solo un gringo que trajo su capital para invertir en Perú. Soy
solo un empresario que tuvo un poco de éxito”, otra vez el sonsonete emotivo,
el patetismo, el ridículo, la pena, la lástima, un discurso sin argumentos de
defensa solo con falacias y lagrimillas emotivas con nada de razón.
En cada uno de los discursos citados observamos cómo la emotividad como estrategia y la mentira repetida hasta el hartazgo casi cumplen el papel de la manipulación en el receptor, tocado en la fibra más sensible del escucha, éste podría ser capaz de aceptar la mentira como verdad, aunque la verdad sea medias o la mentira tenga apariencia de verdad, aunque a veces algunos se oyen misericordia, a sentimiento o emotividad, dejan de ser verdad, porque distorsionan la realidad, y solo es apariencia, máscaras de la mentira, rostros de una verdad. Y la verdad, sino es entera, se convierte en aliada de lo falso.
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