El bardo ciruja y la bella flor...
LOS ROSTROS DE LA VIOLENCIA
“Dios nos
coja confesados”
Dicho
popular.
Los últimos hechos acaecidos en nuestra
virulenta sociedad han puesto sobre la mesa, a vista y paciencia de todos, las
últimas cartas que, nosotros los educadores, nos jugamos en estos tiempos donde
ya no sabemos, por más que creamos que las conocemos, qué tipo de personas son
las que nos respiran en la nuca, descansan en nuestro resuello o duermen con
medio ojo abierto a nuestro costado: El asesinato de la folclorista Alicia
Delgado y el del estilista Marco Antonio, y de tantos otras víctimas anónimas
de la despiadada violencia, son la clara muestra del ADN de esta nuestra
sociedad infectada de pus, de excremento, de abusos y violencias.
Como responsables de formar seremos humanos
y mejores ciudadanos hemos visto que nuestros esfuerzos en las aulas por
rescatar a los alumnos de las filosas garras de la violencia en todas sus presentaciones
se han hecho nada, son como un grito sordo en la puna o como desesperados manotazos
de ahogado, se nos desmorona la fe, la poca fe que nos queda y que pronto ya el
alma blasfema, se nos hace humo la esperanza y nos quedamos siempre con el sabor
amargo, agrio diríamos, de cantar una victoria temprana y la realidad, como
siempre, nos pega en plena cara con todos sus nudillos: la violencia ha vuelto
y esta vez desnuda y más violenta que nunca, ha vuelto para entronarse y gobernar
su milenio.
Las
manifestaciones de la violencia son muchas, maestra del arte del disfraz
se escabulle en nuestras salas y se apodera de nuestros hogares, y, créelo, al
menor pestañeo los cimientos de tu familia estarán derruidos y vuestros hijos,
locos por ella, le rendirán culto con sus golpes, sus palabras con olor a
estiércol y sus gestos de reproche, cuando, quizá, muy tarde intentemos ponerle
freno; la podemos ver de niñera mala y consentidora cerca al sofá de tu casa con el viejo control
remoto sintonizando programas para “niños”, y te muestra un ramillete
ensangrentado de series infantiles babeados por su propia saliva: desde la
besucona de Puka que bajo el pretexto del amor desata su ira humeante con quien
se cruce en su camino, hasta noticias que parecen sacadas de alguna mente
perversa, pero que son pura realidad, como la barbarie sin nombre que hace años
atrás cometió la parricida Llamoja argumentando lo insostenible y cediéndole su
culpa a sus demonios internos, de quienes estamos seguros que al enterarse de
tamaña acusación ellos mismos se exorcizaron de ese despreciable cuerpo. Y es
que respiramos violencia por donde vamos, a cada paso que damos pisamos un
grito de días o el cuerpo fresco de alguna mala noticia que nos para los pelos
de punta.
Estamos
harto de desayunar violencia en los diarios, de almorzar violencia en la tele y
hasta de escuchar violencia en la radio a la hora del lonchecito. Nuestras
calles están saturadas de esta: niños descalzos, con una vieja y sucia bolsa
casi pegada en las narices, haciendo de malabarista baratos por un sencillo,
mujeres vendiendo casi sus cuerpos al precio de una golosina con hijos pegados
a su cuerpo como lapas llorando por un poco de piedad, escolares parados en
pleno invierno casi mordidos por el frío y escupidos por la llovizna esperando
que algún chofer con corazón los recoja…La lista de sus fechorías es larga, nos
ha invadido hasta los huesos. Casi podemos decir, muy a nuestro pesar, que se
ha hecho cotidiana. Tanto, que casi ya no nos damos cuenta de su presencia o,
mejor aún, nos hemos acostumbrado ya a esta. Sí, la violencia se ha hecho algo cotidiano, al
punto que sólo consideramos como tal la agresión física o los atentados contra
la propiedad, agresiones verbales, " desmanes" en los estadios de
futbol o espectáculos; esto lo observamos a diario en los medios de
comunicación. Sin embargo la sociedad convive con otro tipo de violencia que se
desarrolla en silencio y, por lo tanto, no es noticia: mortandad infantil,
desocupación, carencia de buenos servicios sanitarios, salarios paupérrimos,
escasez de vivienda, etc., en definitiva, toda la sociedad experimenta la violencia, la violencia y
sus mil caras.
Lo más
preocupante es que ahora la violencia ha decidido asistir al colegio, y es más
puntual que cualquiera y va sin disfraz, va con insignia, pero no va a
estudiar. Las paredes de los baños del colegio delatan su intención. Lo más
curioso es que su mochila está repleta de distracción: celulares, mp3,
videojuegos y hasta armas punzo cortantes que, por supuesto, no imaginamos que
sean para pelar naranjas sino para agredir y dañar. La escuela se está convirtiendo
en escuela de rateros y la violencia pasea libre por patios y pasillos, con la
camisa afuera y casi de puntillas, esperando alguien a quien victimar.
Desde hace algunos años vemos con más frecuencia como la noticia en los
diarios informan distintos hechos que hablan de la violencia dentro de las escuelas; todo ha
llegado al punto que, lo que antes nos sorprendía, hoy parece un dato más, una
anécdota más dentro de las aulas. Para comprender estas situaciones de violencia debemos
reflexionar sobre ellas, teniendo en cuenta el contexto social, es decir, el
marco en el cual se desarrolla la vida de la institución escolar y las relaciones
internas que existen. Pero, además, es necesario apuntar cómo en estos tiempos
la familia ha perdido muchos valores y ya no se enseñan ciertos principios. La
norma y la regla son burlados por los propios padres y se convierten en
reverendos incapaces de educar a sus propios hijos y quieren que el colegio
haga lo que ellos no han podido desde que sus hijos han sido unos bebés. Una de
las principales justificaciones de los padres es el trabajo: “Yo trabajo, no
tengo tiempo”. Fatal error. Dichas estas palabras es como si el mismo padre
estaría apretando el gatillo contra sí mismo. Con esto le ha dado entrada a la
violencia, le ha abierto la puerta para que esta se instale, y es que la
camaleónica violencia usa sus miles de formas, prueba todas sus máscaras, para
tocarnos la puerta y apenas la abres se filtra como aire de muerto. Primero, el
mágico mundo de la televisión, un aparato exclusivo de la violencia en estos
tiempos, desplazó las charlas familiares a la hora del almuerzo que nos hacía
imaginar lo relatado. Se dejó de hablar en la mesa familiar y resultó más
cómodo comer callado y mirando las imágenes, ya no imaginando, de algún
programa chatarra o basura que después nos ensuciará hasta el alma, entonces
los jóvenes crecieron sin anécdotas, sin esas experiencias que como fábulas
maestras nos dejaban enseñanzas; luego, llegaron la novedad del Internet y los
videos juegos que le robaron el tiempo y espacio a los juegos sanos, creativos
y desestrezantes como la chapada, kiwi, fulbito, etc. Estos nuevos juegos están
haciendo de nuestros hijos individuos que actúan como los personajes que
presentan, sin capacidad de reflexión, de análisis, sin capacidad de decir un
discurso más o menos dicho y, mucho menos, sin imaginación, se están
convirtiendo en autómatas que sólo reaccionan cual conejillos de Pavlov. (¿acas
dije “Pavlov”?)
La violencia está ganando la partida. Estamos 2 – 1. Falta el tiempo
extra y habrá que plantear la mejor estrategia y todos, repito, todos, debemos
jugar nuestro mejor partido. Es cierto, ella es desleal. Comete faltas a cada
instante, pero nosotros somos unos MAESTROS en esto y no nos va a ganar. Salvo
el réferi toque el silbato antes de tiempo, y…_no sé por qué me viene esta
pregunta_ ¿quién es el réferi? ¿Quién controla este encuentro? ¿Quién está
detrás de todo esto?
¿Quién es, diremos fingiendo no saber, “PAVLOV”?... Detrás de todo esto
¿quiénes están? La violencia parecería ser ya no una consecuencia sino una
causa. A veces trasluce la idea de que en este mundo que nos han vendido como
global la violencia tiene un objeto de ser. De repente la de mantener el estado
de cosas tal como lo mantiene: pobres, fregados, hasta el tuétano, con la soga
al cuello puesta por las manos homicidas de su propia violencia; quizá buscan dinamitar
la familia, porque es el último fortín de los valores y las normas, y a soltar
con odio los perros de la violencia para provocar una hecatombe de pobres
muertos por sus propias manos, mientras los ricos con sus últimas máscaras
puestas estarán carcajeándose y alistando maletas para ocupar pronto ese nuevo
mundo que están construyendo con tanto “amor”.
Comentarios